«Me encanta usar palabros cuando estamos con los históricos.»
Es una cita textual, una frase salida de los dedos de una de nosotras, pero que podría haberlo escrito cualquiera de las dos. Porque sí, nos encanta usar palabros cuando estamos traduciendo libros históricos. A ver, no nos malinterpretéis, traducir novela contemporánea puede ser muy liberador, porque no hay que estar pendiente de cuándo se empezó a usar tal o cual palabra para referirse a algo; pero con la novela histórica… sacamos a la abuela que llevamos dentro. Sí, sí, la abuela. O su forma de hablar, al menos.
Paparruchas, diantres, aldabas, situaciones endemoniadas, locuras de atar, anteojos… La lista es interminable, pero está ahí, en el fondo de nuestra mente, mientras nos metemos en diálogos de otra época. Luego está el vocabulario específico, como la ropa o los carruajes, pero a estas alturas de la película los tenemos tan interiorizados que ya casi ni nos hacen falta los glosarios que creamos (y que actualizamos religiosamente, porque somos así de obsesivas).
¿Lo mejor de todo? Que muchos de esos palabros ni siquiera son tales, porque existen y se siguen usando en muchas zonas. Así que en realidad damos rienda suelta a nuestro lado más antiguo, el de los lebrillos y las guarniciones (para los históricos, la más recurrente es la acepción 6), o el de las jofainas y las palmatorias. De las tejas y demás adornos igual hablamos en otra ocasión.
En fin, no lo podemos evitar, somos así de raras…
Uys, y mucha gente que hay igual de raras que vosotras 🙂
¡¡¡Los locossss, unidosssss, jamás serán vencidos!!!
Ejem…