Es otoño, ¡por fin!, y si hay algo propio del otoño, son las castañas. Castañas de todo tipo. Están las castañas asadas, de las que te calientan las manos nada más captar el olorcillo en la calle, antes siquiera de ver el humo blanco del puesto donde las están asando. También están las castañas que te puedes dar por la calle, tan mona, tan mojadita y tan resbaladiza por la lluvia que te cae un sábado mismo que, en contra de las previsiones del tiempo, decides salir de casa sin paraguas porque no encuentras el pequeño que apenas pesa y que entra genial en el bolso.
Si pese a lo traicionero de la acera, sales con vida, a lo mejor tienes la (perra) suerte de que en el autobús se suban unos niñatos que tienen un concepto muy particular del espacio y del volumen aceptable para los oídos humanos… ¿Es o no es para decir eso de «¡Toma castaña!».
Suponemos que no hace falta especificar qué tipo de castaña preferimos.
Los comentarios están cerrados, pero los trackbacks y pingbacks están abiertos.