Abanicando que es gerundio

Pues sí, ha llegado el momento de contar la anécdota a la que nos referíamos aquí, básicamente porque, teniendo en cuenta las miradas libidinosas que reciben ciertos abanicos cuando los sacamos de paseo, va camino de repetirse cualquier día de estos…

Os ponemos en situación: terracita de restaurante, una comida de amigos, calorcito, cervecitas y abanico fuera para refrescar un poco. Imaginaos ese rato de relajación, con buena comida y buena compañía, con risas y ambiente distendido. Pinta bien, ¿verdad? Pues ahora imaginaos que os ponéis de pie y se os acerca una mujer de cierta edad ya, muy señorona ella, y os suelta: «Oye, ¿ese abanico de dónde lo has sacado? Porque a mí se me ha perdido uno igual».

Ajá.

Eso mismo.

A la buena señora se le había perdido uno igual.

Qué casualidad.

Así que allí estáis, de pie en la terraza, delante de una mujer a la que no conocéis de nada, con el abanico tan bonito que os regalaron hace un montón de años, sin saber muy bien cómo reaccionar porque no os esperabais que alguien le echara tanto morro al asunto. Al final, lo zanjáis con un «Señora, este abanico es mío» y os vais, porque no vais a montarle un pollo a una mujer que tiene más años que vuestra propia madre (sí, la misma que os regaló el abanico), entre otras cosas.*

¿Qué quería la mujer al acercarse de esa manera? ¿Se creía que le ibais a dar el abanico sin más? ¿Porque le había llamado la atención? ¿Y si lo que le llama la atención es el anillo que lleváis ese día o la cazadora de cuero? «Oye, ¿esos pendientes de dónde los has sacado? Porque a mí se me han perdido unos iguales.»

Es la filosofía del «Si cuela, cuela».

Y olé.

 

* Nota: Hemos omitido del relato toda la retahíla de epítetos que pasaron por la mente en aquel momento a fin de no herir la sensibilidad del ente lector de esta entrada.

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